Nunca había sido tan evidente el momento exacto del olvido, ese borroso instante que se desvanece ante nosotros, sin poderse despedir. No había tenido encuentro tan cercano con el descuido Ese de tenerte enfrente y no poderte ver, al menos no mas de un segundo cuando me doy cuenta que veniste para irte otra vez. No hay avisos del recuerdo que nos obliguen a leer, cuando menos pensamos, dejamos de creer. No había sido tan claro antes, el momento de dejar, con un aviso que busca salvarse, pero su manifestación me obliga a ahogarlo, hasta asfixiarle de nostalgia y muera al primer contacto con la realidad. Somos lo que no fuimos, lo que queda de lo que no hubo, a lo que saben los finiquitos de la emoción. Somos una parte del tiempo, que no regresa, pero que tampoco borra, porque el intento de rebelarse en contra, o de quedarse sentado a la orilla, es alargar un minuto intenso, a lo inmenso y no sabe a lo mismo al inicio que al final. Habrá que morir un par de vece